Durante las décadas del setenta y del ochenta, campesinos, pequeños y medianos agricultores y ganaderos, trabajadores rurales y trabajadores sin tierra, se organizaron y reivindicaron el acceso a la tierra y al trabajo. En su calidad de productores reclamaron también el acceso al sistema crediticio, a los canales de comercialización, a la tecnología, mientras que como ciudadanos demandaron el acceso a la educación, a la atención de la salud, a la vivienda, al derecho de expresión y participación política. Desde otros clivajes, los jóvenes, las mujeres y las poblaciones originarias irrumpieron en la escena con demandas particulares. Estas experiencias sentaron las bases para la reconstrucción de las organizaciones y los movimientos sociales agrarios que aparecieron en la escena pública durante la década del noventa y que difieren de aquellas expresiones que predominaron en épocas pasadas. En primer lugar, porque fueron construidas desde abajo. En segundo lugar, porque las organizaciones son profundamente heterogéneas en su constitución social.

¿Qué es lo que las mantiene unidas? ¿Cuál es la amalgama que une a individuos que están en distintas posicíones sociales? ¿Cómo se construye la identidad de los integrantes de dichas organizaciones y movimientos? Tales han sido las preguntas centrales que guiaron la investigación y que orientaron el análisis de las siguientes formas de acción colectiva en el medio rural: el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil; el movimiento campesino paraguayo en sus dos principales expresiones organizativas, la Federación Nacional Campesina y la Mesa Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas; el movimiento mapuche en Chile; el Movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha en la Argentina; y la Mesa Coordinadora de Gremiales Agropecuarias en el Uruguay.